lunes, 9 de enero de 2012

Te perdone. Autor: Max Lucado

Sí, hay una lista de tus fracasos. Cristo ha escrito tus defectos. Y sí, esa lista se ha hecho pública. Pero tú no la has visto. Ni yo tampoco. Ven conmigo al cerro del Calvario y te diré por qué.


Observa a los que empujan al Carpintero para que caiga y estiran sus brazos sobre el madero travesaño. Uno presiona con su rodilla sobre el antebrazo mientras pone un clavo sobre su mano. Justo en el momento en que el soldado alza el martillo, Jesús vuelve la cabeza para mirar el clavo. ¿No pudo Jesús haber detenido el brazo del soldado? Con un leve movimiento de sus bíceps, con un apretón de su puño pudo haberse resistido. ¿No se trataba de la misma mano que calmó la tempestad, limpió el templo y derrotó a la muerte?
 Pero el puño no se cerró… y nada perturbó el desarrollo de la tarea. El mazo cayó, la piel se rompió y la sangre empezó a gotear y luego a manar en abundancia.
 Vinieron entonces las preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué Jesús no opuso resistencia? Esos dedos formaron a Adán del barro y escribieron verdades en tablas de piedra. Con un movimiento, esta mano derribó la torre de Babel y abrió el Mar Rojo. De esta mano fluyeron las langostas que cubrieron Egipto y los cuervos que alimentaron a Elías.
 ¿Podría sorprender a alguien que el salmista celebrara la liberación, diciendo: «Tú dirigiste a las naciones con tu mano… Fue tu mano derecha, tu brazo y la luz de tu complacencia» ( Salmos 44.2–3 ). La mano de Dios es una mano poderosa. Oh, las manos de Jesús. Manos de encarnación en su nacimiento. Manos de liberación al sanar. Manos de inspiración al enseñar. Manos de dedicación al servir. Y manos de salvación al morir.
 A través la Escritura vemos lo que otros no vieron pero Jesús sí vio. «Él dejó sin efecto el documento que contenía los cargos contra nosotros. Los tomó y los destruyó, clavándolos a la cruz de Cristo» ( Col. 2.14 ). Entre sus manos y la madera había una lista. Una larga lista. Una lista de nuestras faltas: nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Una lista de nuestros pecados. 
Suspendida de la cruz hay una lista pormenorizada de tus pecados. Las malas decisiones del año pasado. Las malas actitudes de la semana pasada. Allí abierta a la luz del día para que todos los que están en el cielo puedan verla, está la lista de tus faltas. «
Él te ha perdonado todos tus pecados: él ha limpiado completamente la evidencia escrita de los mandamientos violados que siempre estuvieron sobre nuestras cabezas, y los ha anulado completamente al ser clavado en la cruz» ( Colosenses 2.14 ).
 Por esto es que no cerró el puño. ¡Porque vio la lista! ¿Qué lo hizo resistir? Este documento, esta lista de tus faltas. Él sabía que el precio de aquellos pecados era la muerte. Él sabía que la fuente de tales pecados eras tú, y como no pudo aceptar la idea de pasar la eternidad sin ti, escogió los clavos
. La mano que clavaba la mano no era la de un soldado romano. Jesús mismo escogió los clavos. Por eso, la mano de Jesús se abrió. Si el soldado hubiera vacilado, Jesús mismo habría alzado el mazo. Él sabía cómo. Para él no era extraño clavar clavos. Como carpintero sabía cómo hacerlo. Y como Salvador, sabía lo que eso significaba. Sabía que el propósito del clavo era poner tus pecados donde pudieran ser escondidos por su sacrificio y cubiertos por su sangre. De modo que Jesús mismo usó el martillo. La misma mano que calmó la mar borra tu culpa. La misma mano que limpió el templo limpia tu corazón. La mano es la mano de Dios.




Y como las manos de Jesús se abrieron para el clavo, las puertas del cielo se abrieron para ti.!!!!






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